Por J.M. Lander
Periódico La Rioja
Agosto 2005

La logroñesa Tata Quintana cree que cada lugar desprende una música. Sevilla suena a flamenco; Cuba, a son; Logroño, a coro de parroquia. Mujer trotamundos, fue a Zaragoza a estudiar historia y le atrapó el jazz. Viajó a Nueva York y se confirmó su teoría: aquellos edificios altos rasgaban el cielo como Billy Holiday el espíritu. Su prestigio como vocalista no para de crecer. Quizá porque no se parece a nadie. Ayer cantó en Munijazz.

Pocas horas antes de convertir la Plaza San Miguel de Munilla en un acogedor club de jazz, Tata Quintana nos atiende por teléfono en una entrevista sesión. A pesar de la distancia, su voz suena cálida, confidente.

La llaman Tata por cariñosa.

(Se ríe) No, me llamo Ángela, pero como la hermanita empezó a llamarme Tata, se me quedó.

¿Y con ese nombre artístico pensaba triunfar?

Como nombre artístico me gusta. Una vez pensé en cambiarlo pero me dije: “Tete Montoliu, Tata Quintana”. Si él aguantó con ese nombre, ¿por qué no voy a aguantar yo? (Nos reímos).

Es cierto, bien mirado, hasta es un nombre musical.

Pues sí, tiene música, para qué nos vamos a engañar. Hay sitios donde me han contratado y luego han dicho: “Pensaba que eras negra por el nombre”. Y yo, mira que bien vende mi nombre. (Nos volvemos a reír).

¿Seguro que es de Logroño? Lo pregunto porque se me hace extraño una cantante de jazz por estos lares.

Segurísimo. Yo en Logroño es donde más he cantado. Empecé cantando en las iglesias. Luego tuve un grupo de folk desde los doce años.

¿Y cuál fue su primer contacto con el jazz en serio?

La primera vez que me pagaron por cantar fue en Sevilla. Bajé de vacaciones. Había un club de jazz y yo me metí un día y dije: “Soy cantante de jazz”. No era verdad. Nunca me había pagado nadie por cantar jazz. Nadie me conocí y se lo creyeron. Me quedé en Sevilla a vivir cinco años.

¡Qué osada fue!

Hombre, claro. A mí me gustaba cantar jazz. Cantaba en locales y nadie me contrataba para cantar esa música. Así que la ocasión fue perfecta, porque entré en ese club y había un trío sonando con los que luego toqué con ellos durante mucho tiempo.

¿Cómo le influyó Sevilla?

Me gustó mucho vivir en Sevilla. Fue conocer la sensualidad que tienen ahí, todo eso que en el norte no tenemos. Además, descubrí el flamenco. Pude ir por todos los festivales de flamenco de los pequeños pueblos. Eso es de las cosas más bonitas que he visto nunca en música.

¿Su familia aceptó su decisión de ser cantante?

Me lo tuve que currar. (Se ríe). Mi familia siempre me decía que la música la tuviese como hobby y que me dedicase a la historia. Porque ellos veían todo lo inseguro que es la música y llevaban razón. Lo es. Pero de alguna manera creo que me apoyaban indirectamente. Fueron respetuosos. Asumieron que estaba haciendo lo que quería hacer.

¿Cuándo empieza a poder ganarse la vida con desahogo?

Depende. Ha habido épocas de abundancia y ha habido épocas en las que te tenías que conformar con poco. Aquí no se mueven las cantidades del pop para nada.

¿Cómo le marcó su estancia en Nueva York?

Lo que más aprendí en Nueva York es a entender el espíritu del jazz. Porque la ciudad suena a jazz. La ciudad tiene ese sonido. Es como cuando vas a Cuba y ves que toda Cuba suena a son y entiendes el son cubano. En Nueva York entendí el espíritu del jazz. Es cuando dices: “¡Ahhh… esto es!”. Las cosas en su entorno se aclaran.

Pero ¿cómo logró que aceptaran que una española cantara aquella música tan de ellos?

Pues yendo humildemente. Si vas sin pretensiones a los sitios, encuentras quien te valora. El jazz es una música abierta a quien quiera hacerla, en la que todos tenemos cabida.

¿Su manera de interpretar el jazz llamaría la atención?

Sí, porque es mía. Soy española. Mi cultura musical es distinta. Siempre sonará distinta a uno que no es español. Porque tenemos otros sonidos dentro. Lo bueno de la música jazz es que cada uno encuentra su voz. Es una música que te permite encontrar tu propia voz.

¿Hay que sufrir para ser una buena vocalista de jazz?

No es que haya que sufrir, pero no hay que tener miedo a sufrir. Hay que aceptarlo, lo mismo que la felicidad. Cantando cualquier música hay que saber mostrar la alegría o el dolor porque las dos forman parte de la condición humana.

Y el cantar en inglés ¿de qué forma le condiciona?

Lo que más me gusta a mí es cantar sin idioma, pero una cantante siempre busca que, cante en el idioma que cante, vaya sonando su propia voz al margen del idioma.

¿No será tímida?

Sí, soy tímida, pero en el escenario me olvido de la timidez. La música me hace transcender la timidez.

¿Quién prefiere como musa: Ella Fitzgerald o Billie Holiday?

Las dos. No puedo decidirme.

¿Prefiere cantar en un club o al aire libre?

Cada cosa tiene su maravilla. En la plaza, el poder cantar con el cielo abierto es maravilloso; y en los clubs de jazz, se puede tocar muy íntimamente. Puedes susurrar cosas.

¿Es difícil cantar jazz?

No es que sea difícil, pero hay que entender la armonía de lo que estás cantando para improvisar. Es cuestión de práctica sin más. Es más difícil el flamenco.

Y el contacto del jazz con otras músicas ¿qué le parece?

Me parece natural. Yo siempre he hecho un jazz heterodoxo. Canto boleros, canto bossa. Lo bonito del jazz es que nos permite a todos jugar con él. Ese juego lo puedes pasar a otras músicas.

Pero eso que dice de jugar se contradice con la imagen intelectual de esta música.

Yo entiendo que la gente piense eso. Hay una parte que es culpa de los músicos, culpa entre comillas. A veces, los músicos intelectualizan mucho la música y más en el jazz. Se vuelve una música para otros músicos. Los cantantes somos mucho menos intelectuales. Trabajamos con un instrumento, la voz, que está muy conectado a la emoción. Cuando hay una cantante en un grupo de jazz, es como más fácil entender esta música, porque pasa menos por el intelecto y más por el corazón y la emoción.

 

Entrevista-LaRioja-TataQuintana-2005